jueves, 21 de agosto de 2008

COMO SOBREVIVIR A LA ADOLESCENCIA DE LOS HIJOS.

"Disfrútalos ahora porque, cuando lleguen a la adolescencia, se acabó”. Advertencias como ésta unidas a la imagen social que se tiene de los adolescentes como irresponsables, rebeldes y conflictivos hacen que a muchos padres se les pongan los pelos de punta cuando sus hijos inician la pubertad.
Es raro el padre que no se enfrenta a la adolescencia de sus hijos con preocupación. Pero ni el hogar tiene por qué convertirse en un campo de batalla durante ese decisivo periodo de la vida de los hijos ni la adolescencia puede reducirse a la imagen tan negativa que de ella difunden los medios de comunicación. Los adolescentes son noticia cuando delinquen, acosan a sus compañeros en el colegio o practican “el botellón”, pero no cuando dedican, por ejemplo, parte de su tiempo libre a colaborar como voluntarios en ONG, pese a que entre los rasgos de esta edad también figuran la generosidad, el idealismo y un enorme interés por lo que es justo y correcto.

Una doble verdad
“Si hay algo más difícil que ser adolescente, es ser padre de un adolescente”. La frase esconde una doble verdad. La adolescencia es una etapa tumultuosa. La niñez queda atrás pero la edad adulta aún está lejos. A los cambios físicos de la pubertad (menstruación, barba, cambio de la voz, vello…) con que se inicia ese tránsito se unen una serie de transformaciones psicológicas, sociales e intelectuales que conducen al joven a un permanente estado de ansiedad. Crece en la confusión y las contradicciones, con altibajos emocionales; está tratando de forjar su propia identidad y alcanzar la independencia. Y ésa no es una tarea fácil. Pasar de la seguridad de la infancia a asumir cada vez más responsabilidades es todo un reto que se traduce en una nueva forma de relacionarse con sus padres, en un momento en el que éstos también inician una etapa vital decisiva.

Espinillas y arrugas
Las primeras espinillas de los hijos suelen aparecer al tiempo que las primeras arrugas en la cara de los papás. El adolescente piensa en términos de futuro y en las enormes posibilidades que se abren ante él cuando los padres empiezan a evaluar el tiempo que les queda y las oportunidades perdidas. Los hijos van ganando fortaleza mientras los padres empiezan a ser conscientes de sus propias limitaciones… Y ceder poder en estas circunstancias tampoco es sencillo. Sobre todo porque con la pérdida de poder llegan también el agridulce sentimiento de no ser ya necesario y una cierta sensación de pérdida. Habituados a dirigir y organizar la vida de los hijos sin que hasta entonces nadie haya cuestionado sus decisiones, los padres del adolescente tienen que vérselas con alguien que no solo se rebela contra ellos sino que, a veces, parece disfrutar llevándoles la contraria. Pero es fundamental no perder la perspectiva, porque una parte importante del desarrollo del adolescente consiste precisamente en separarse de sus padres –sobre todo de aquel al que hasta entonces estaba más unido–, lo que se manifiesta en continuas discrepancias y una necesidad de pasar menos tiempo con ellos en beneficio del grupo de amigos, cuya influencia va ganando terreno en detrimento de la de los padres.

Guía de supervivencia:

1.- Prepárate.
El padre que sabe lo que le espera está mejor preparado para afrontar esta etapa convulsiva del desarrollo de su hijo, con sus altibajos de estado de ánimo y los conflictos inherentes a su búsqueda de su lugar en el mundo. Informarse, leer y recordar la propia adolescencia (lo que pasaba por nuestra cabeza, nuestra perplejidad por los cambios físicos, la preocupación por nuestra apariencia…) serán de gran ayuda para entender a los hijos.

2.- Infórmale.
Dejar las conversaciones sobre sexo y los cambios físicos de la pubertad para cuando los hijos ya los han experimentado es llegar demasiado tarde. A los niños hay que responderles cuando hagan las primeras preguntas a ese respecto, pero sin saturarlos con detalles, así estarán sobre aviso cuando les llegue el momento; un momento, además, en el que la mayoría suele cerrarse en banda. Cuanto antes se hable abiertamente de esos temas con ellos, más posibilidades habrá de mantener ese canal de comunicación abierto durante la adolescencia. En esta etapa, que suele ser de experimentación, lo que conduce a veces a asumir comportamientos de riesgo, los padres no deben eludir temas relacionados, por ejemplo, con las drogas, el alcohol o el tabaco, pero de nuevo antes de que el adolescente se exponga a estos riesgos para que pueda actuar responsablemente cuando llegue el momento.

3.- Comunicación.
Pretender que los adolescentes cuenten a sus padres todo lo que hacen es una batalla perdida de antemano. Las conversaciones con ellos pueden reducirse a un interrogatorio cuyas respuestas no pasen de meros monosílabos, pero no por ello los padres deben desistir. Hay que hacerles ver que nos interesa lo que hacen, porque además necesitan saber que nos preocupamos por ellos. Hay que buscar ocasiones para conversar, procurando hacer preguntas cuyas respuestas puedan ir más allá de un conciso “sí” o un rotundo “no”; aprovechar las ocasiones que se nos presenten, como las comidas familiares, los viajes, la espera en la caja del supermercado, y observar algunas normas:
* Hablar con (y no a) él: evitar los sermones y el tono condescendiente.
* Evitar las discusiones sobre las ideas del adolescente y en su lugar argumentar y usar expresiones como “yo tengo otra opinión”, “yo creo que…” o “así es como yo lo veo”.
* Expresar los mensajes de forma clara y concisa.
* Pensar previamente en lo que queremos decirle y cómo.

4.- Elige las batallas.
Es normal que el adolescente trate de poner a prueba las normas establecidas y desafiar las restricciones paternas. Además, les gusta sorprender a los adultos, pero estos no deben permitir que cada menudencia se convierta en una confrontación, porque ello podría conducir a una pérdida total de su influencia sobre los chavales. Las normas innegociables deben reservarse para cuestiones importantes (alcohol, drogas, etc.) pero, si decide raparse el pelo, vestir de forma estrafalaria o pintarse las uñas de negro, es preferible pensar que son cosas inofensivas y temporales antes que hacer de ellas un motivo de discusión. Es siempre mejor establecer pocas normas y hacerlas cumplir con firmeza que muchas que no se puedan mantener.

5.- Negociar.
Los padres tienen que ayudar a sus hijos a hacer la transición desde la disciplina familiar a la autodisciplina. ¿Cómo? Enseñándoles a negociar y a resolver problemas e involucrándolos en el establecimiento de normas y límites, sin perder la calma ni los nervios aun cuando la situación parece superarnos. Los pasos a seguir son identificar el problema, buscar entre todos las posibles soluciones y, una vez elegida la más adecuada, comprometerse a respetarla. En la negociación no hay que perder de vista que el objetivo a largo plazo es ayudar al adolescente a que tome buenas decisiones por sí mismo. Y, como una de las características de la edad es su escasa experiencia y menor capacidad para anticipar acontecimientos, los padres deben enseñarles a prever las posibles consecuencias de su decisión: “¿Qué podría suceder si hago esto?”.

6.- Las expectativas.
Pese a las apariencias, los adolescentes necesitan saber que sus padres se preocupan lo suficiente como para esperar determinadas cosas de ellos. Pero las expectativas de los padres deben ser realistas (comportarse correctamente, rendir en los estudios, respetar las normas en casa…), así los chavales intentarán estar a la altura de las mismas. Necesitan creer en sí mismos y la mejor forma de ayudarlos a lograrlo es hacerles saber que se confía en ellos. Por eso, es importante también reconocer sus esfuerzos o felicitarlos por sus buenas cualidades, enviándoles el mensaje de que, aunque nos desconcierten, siempre estaremos a su lado.

7.- Respeta su intimidad Sin bajar la guardia.
Hay que saber siempre dónde está y con quién –para ello es fundamental conocer a sus amigos y mantener una relación fluida con los padres de éstos–, pero no se puede esperar que un hijo adolescente comparta con sus padres todos los detalles acerca de lo que hace. Del mismo modo, su dormitorio, su correspondencia y sus llamadas telefónicas deben ser un territorio privado, que los padres solo deberían invadir si detectan alguna señal de alarma y ello les permite llegar al fondo del posible problema.Eso no significa, sin embargo, que no haya que estar al tanto de lo que leen, de los programas que ven en televisión, de las páginas que visitan en Internet o con quién chatean a través de la Red. Además de estar atentos, los padres no deben temer poner límites al tiempo que dedican sus hijos a estas actividades.

8.- Señales de alarma.
Al comienzo de la adolescencia los padres piensan que aquello va a ser un infierno imposible de aguantar pero, tras los primeros años, a medida que el adolescente va ganando en tolerancia, estabilidad emocional y comunicación, la convivencia se hace agradablemente llevadera. Sin embargo, ante determinados comportamientos la intervención debe ser inmediata y enérgica en el ámbito familiar o, si fuera necesario, recurrir a la ayuda de un especialista. Éstas son algunas señales de alarma:
* Aumento o pérdida extremos de peso.
* Problemas de sueño.
* Malas notas de forma reiterada.
* Apatía, tristeza o abandono.
* Cambio repentino de amigos.
* Cambios drásticos y rápidos en su personalidad.
* Carácter explosivo, sin control, o agresividad y violencia contra padres o hermanos.
* Hablar, e incluso bromear, sobre el suicidio.

Préstate atención
Los padres, especialmente los que se han dedicado en cuerpo y alma a sus hijos durante su infancia, pueden experimentar un sentimiento de pérdida cuando los niños dejan de serlo. Los hijos van necesitándolos menos y retándolos más, y ese es un momento para ocuparse también de ellos mismos. Dedicarse algo de tiempo, si es posible cada día, renovará su energía y los ayudará a no perder la perspectiva. Hablar con amigos, disfrutar de aficiones y de las horas de ocio los ayudará a llenar ese vacío, sin olvidar atender a sus relaciones de pareja, porque muchos matrimonios se resienten debido al estrés generado durante esta etapa del desarrollo de los hijos. Los padres deben cuidar de sí mismos para garantizar la estabilidad familiar que necesita el adolescente durante esos turbulentos años de su vida.
“De nada de lo que no me hubieras hablado tú antes”
Andrés fue hace unas semanas al teatro con el colegio. La obra elegida se titulaba Sexo seguro, seguro sexo, un montaje de claro contenido didáctico con el que el centro escolar pretendía reforzar la educación sexual de sus alumnos de tercero de la ESO (14 años). Por la noche, en casa, su madre le preguntó a Andrés por la representación, si le había gustado, si había sido divertida, etc. Cuando le tocó el turno al argumento de la obra, la respuesta de Andrés fue concisa, pero satisfactoria para su madre: “De nada que no supiera ya… De nada de lo que no me hubieras hablado tú antes”.

Ira y agresividad
La ira es un sentimiento normal y, a veces, otros como la frustración, la culpabilidad o la confusión pueden expresarse de forma airada. Crecer no es fácil y, en el proceso de separación de sus padres, los adolescentes pueden mostrarse irascibles, pero de los padres depende muchas veces canalizar esa ira para que la expresen de forma no agresiva. Lo primero es dejarles claro que los gritos, los golpes y otras formas de agresión son inaceptables. Después, no perder la calma, porque lo último que necesita un adolescente fuera de control es un padre fuera de control. Si ha hecho algo mal, hay que hablar con él centrándose en su comportamiento y no en su personalidad, y escucharle, tratando de indagar en los sentimientos que se esconden tras su actitud.

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