Le disgusta tener que hablar siempre de menores y violencia, de problemas, porque sostiene que “la mayor parte de los niños y jóvenes son estupendos, solidarios, bien educados. Y, como muchos mayores, no responden a los estereotipos de gente que actúa mal. Pero también es verdad que lo que veo en la Fiscalía existe y es la punta de un iceberg que afecta a toda la sociedad”. Su experiencia le ha permitido escribir "El pequeño dictador". Cuando los padres son las víctimas. Del niño consentido al adolescente agresivo, un libro sobre los riesgos de una sociedad que ha educado a sus niños y jóvenes con demasiada permisividad y empieza a ver las consecuencias en los pequeños tiranos que destrozan la vida de sus padres. Las nuevas circunstancias sociales y modelos familiares no pueden ser una disculpa para no responsabilizarse de la educación de los menores en sus derechos, pero también en sus obligaciones, enseñándoles a ponerse en el lugar del otro, a controlar sus impulsos, a reflexionar y a ser críticos y responsables. En el libro hace una llamada de atención a la Administración para que atienda a los padres que necesitan tiempo para educar a los niños y para aquellos que ya sufren los efectos de los hijos violentos.
Usted atribuye al fracaso educativo de los menores no solo la violencia que ejercen con sus padres, sino también el aumento de otras dificultades de convivencia en la familia y en la sociedad, y propone una educación apoyada en la autoridad, el esfuerzo, la confianza...La sociedad ha cambiado mucho y lo de antes no va a volver porque sería un error, pero la gente echa de menos la disciplina y la autoridad, añora la voluntad y el esfuerzo y no sabe cómo recuperarlos. Esta sociedad se ha hecho light, se ha desguarnecido. Cuando terminan de leer este libro, muchos padres respiran tranquilos porque comprueban que la mayoría no sufre esa victimización por parte de los hijos. Pese a ello, se dan cuenta de que lo que antes eran unos años de conflicto, por ejemplo, en la adolescencia, ahora es una “etapa calvario”. Y que a muchos padres también se les van de las manos los niños pequeños. En este libro, no da recetas, pero sí muchas pautas, directrices, indicaciones claras para que los padres apliquen una educación correcta desde antes de nacer.No me gustan las recetas, pero los padres no tienen herramientas para actuar con los hijos. Los padres tenemos que decir a los hijos: hasta aquí hemos llegado, estos son los límites. Te vamos a educar en el autogobierno, en la solidaridad, en la libertad manejada por ti. Desde el diálogo, sí. Pero también desde la norma, desde el límite y lo que no es negociable. Me puedes contar lo que quieras, pero no te voy a permitir que a una determinada edad montes en moto porque creo que hay mucho riesgo en ello; ni que consumas ciertas drogas...Ahora, la mayoría de los niños son caprichosos. ¿Cómo se distingue el límite que no debe superarse?Yo creo que el límite está en el reto. Un niño es caprichoso, sí. Un adolescente se enfada y da portazos. Sí. Pero el límite está cuando reta a los padres por el hecho de disfrutar zahiriéndolos. Una cosa es que un niño quiera algo y el padre no quiera concedérselo. Eso genera una tensión, un conflicto que es, y ha de ser así, entre padres e hijos. No hay que tener miedo al conflicto que se produce en las relaciones de cariño y amor. Pero hay niños que desde corta edad se proponen vencer a sus padres, ridiculizarlos, masacrarlos. Y ese pulso es lo que sirve como límite.
La adolescencia es una etapa difícil, conflictiva. Afortunadamente, casi todos cambian... Los chicos cambian a partir de los 18 años (o a los 20, porque cada vez retrasamos más esa edad). Cuando un chico empieza a tener responsabilidades con su pareja; cuando tiene que empezar a buscar su primer trabajo; cuando debe levantarse a las ocho de la mañana, empieza a sentir que la norma está dentro de uno mismo, que las reglas son importantes porque, si él no hace algo, lo tiene que hacer su compañero, y si no lo hace su compañero, le toca a él. El mundo empieza a reorganizarse. De los 15 a los 17 años hay una etapa virulenta, en la que, si el niño ha sido bien educado, es pura vitalidad, a veces un poco bipolar, con momentos de melancolía y de euforia, pero encantador... Son así. Pero “el fonendo” hay que ponerlo a los 7 años. Esa es la edad en que el niño empieza a distinguir el yo y el tú y cuando podemos saber cómo va a ser. Cuando los padres dicen que no pueden con su hijo de 6 años, el pronóstico es terrible. Si sigue de esa forma, a los 17 años lleva siendo un dictador los 17 años de su vida, y a esa edad ya no entiende que no puede ser así. En esa etapa las peleas entre hermanos, amigos, compañeros, existen... Y las discusiones con los padres, también. ¿Dónde se encuentra la diferencia entre agresividad y violencia?Una cosa es la pelea, que está dentro de lo sano. Las peleas por lo mío. Las discusiones... son formas de contacto. Lo que nos da la señal de que puede haber algo grave es la violencia gratuita, de disfrute: “Porque no voy a dejar que nadie me pise”, “Porque soy el más importante”; cuando un chico no es capaz de ponerse en el lugar del otro y no le interesa hacerlo. Es difícil decirlo con palabras, pero es fácil verlo: si un chico pisa la cara a otro cuando está en el suelo..., eso es violencia. Usted rechaza totalmente el castigo físico.Sí, pero no la sanción. Pegar es ineficaz. Pegar a un niño es cobarde. Pegar a uno de trece años delante de los amigos no lo va a perdonar y no sé si lo olvidará. Pegar a uno de 18 años no lo aconsejo. No veo la bofetada. Pero la sanción es parte de la educación. En el fondo ellos saben que lo necesitan.
¿Los padres pueden saber si sus hijos son violentos, si serían capaces de agredir en la calle o de protagonizar sucesos como los que conocemos últimamente? ¿Y ellos mismos?Yo creo que no. Tenemos que tener en cuenta que vivimos en una sociedad en la que se dan una serie de hechos que nos condicionan. Entre ellos, que vivimos en una sociedad de impactos, en la que los anuncios nos hablan de “placer sin límites”. Lo que importa es pasar un buen rato, por encima de cualquier cosa. Todo el mundo busca sensaciones totalmente diferentes, con riesgo y peligro. Cuando unos jóvenes atacan a un mendigo, cuando pegan a otros y lo graban en un móvil, en principio para ellos no hay algo maligno. Pero lo que sí hay, desde luego, es una desconsideración, una falta de respeto, una banalización, un desprecio hacia una subclase, aunque lo nieguen. Son conscientes de lo que hacen, pero tengo mis dudas de que entiendan lo que puede significar. Ver las cosas tras las pantallas les ha hecho creer que todo lo que graban es como si no fuera real... Y luego está la presión del grupo y lo que tomen... Para ellos, la razón de ser es pasar un buen rato, como lo es para otros hacer cosas para ver qué se siente. Hasta llegar a cometer crímenes –como lo han hecho algunos excepcionalmente- algunos chicos que no son enfermos. Un joven que tiene valores y está bien educado eso no lo hace. Aunque en general todo está banalizado y todos tienen sentimiento de impunidad. No hemos sabido explicar, y a ello han contribuido negativamente los medios de comunicación, que en estos momentos hay muchos jóvenes encerrados, que tenemos los centros de menores llenos. Ha corrido la voz de que tienen impunidad y no es cierto. No lo ven, pero lloran mucho cuando los encerramos durante meses y años. Habla de que la permisividad se ha confundido con la democracia.En la actualidad existe mucha información pero muy escasa formación. Por una parte, muchos jóvenes solo saben vivir como clientes: consideran a sus padres un cajero automático o creen que tienen derecho a todo porque pagan y pueden exigir a todos, incluidos los profesores. Tampoco se puede seguir el juego de lo que es o no legal. Porque hay cosas legales que no son éticas. Yo doy clases de Ética y Deontología en la universidad. Hablo de muchas cosas que hemos perdido por el camino, que no podemos hacer aunque no estén prohibidas. Yo tampoco me identifico con los tipos de adultos de los que hablamos con frecuencia que actúan de forma incorrecta. Por el contrario, hay muchos jóvenes que no actúan así, que son solidarios. Pero es verdad que estamos haciendo jóvenes insensibles. Padres, maestros, Administración, medios de comunicación, sociedad... Todos se entrecruzan las acusaciones de ser responsables de la situación.Yo creo que se ha perdido el valor, que hay mucho miedo. Nos hacen falta padres, nos hacen falta profesores valerosos. Nos apoyamos en lo que hace o dice la mayoría para no hacer lo que creemos que debemos hacer. Hay que actuar; decir a los hijos: este es tu horario y tus estudios. Y tienes que cumplirlo por tu bien y por la sociedad, no por conseguir algo.Hay padres depredadores con los profesores. Y hay profesores de distintas clases: unos que no han sabido ser otra cosa y eso les baja la autoestima; otros cumplen el trabajo del día y se olvidan. Y luego, está el gran grupo de profesores voluntarios, que trabajan y se ilusionan... Esos influyen más que la televisión, pero no en general: la vida de una persona puede cambiar por don Juan o doña María (o Juan o María), el maestro o el profesor determinado. Entre todos tenemos que conseguirlo: los padres, los profesores, las ampa, los directores, los inspectores, los medios de comunicación (que, por cierto, no llaman a los profesores para hablar de educación). Tiene que ser entre todos.
La educación actual, un "boomerang" que se vuelve contra los padres.Urra cree que su libro suscita una gran polémica, pero en los primeros meses fue un éxito de ventas. La acogida de El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas se debe según su autor, Javier Urra, a que la sociedad tiene un problema en casa y, además, ese problema es genérico. Con los niños dictadores está pasando lo que ocurrió con las drogas, afirma Urra: “No hablamos de ello fuera de casa porque creemos que es nuestro problema, pero estamos descubriendo que es el de muchas familias y es un problema contiguo a otros muchos”. El de los profesores ha sido el sector que más le ha felicitado por este último trabajo, porque, como le dijo uno de ellos, “denunciábamos que no podíamos con los chicos y los padres sonreían y miraban para otro lado. Usted cuando dice que esto es un boomerang que se vuelve contra los padres ha hecho que se den cuenta de que necesitan que los hijos sean respetuosos con ellos y con nosotros”.
M. Mar Rose.