martes, 29 de julio de 2008

educar pero sin gritos

Educar sin perder los estribos
Si los padres no tienen la costumbre de gritar a su hijo, posiblemente cuando le regañen en un tono más alto será muy eficaz, pero utilizar los gritos y las regañinas de forma repetida no solo no es tan efectivo, sino que es además contraproducente.
«¡Eres un inútil! ¡Como no espabiles te…! Es que no te enteras, ¡eres tonto! A tu edad, tu hermano ya… Lo que yo hago no importa, tu debes… ¡Nunca serás nada en la vida!».Muchos padres recurren a descalificaciones de este tipo y a los gritos que, utilizados de forma aislada no tienen por qué causar daños en su estabilidad emocional futura, pero tampoco hay por qué hacer sufrir al niño de manera innecesaria. Seguramente, si hiciéramos memoria, la mayoría de los gritos que les hemos proferido sobraban.
Posibles causas

Posibles causas
En algunas ocasiones, los padres se limitan a aplicar los modelos o esquemas familiares que emplearon con ellos en su infancia. Otras veces, con la intención de procurarles un «buen» futuro, creen que, «dando caña» a su hijo, éste «se pondrá las pilas» y conseguirán convertirle en un adulto brillante. En la mayoría de los casos, este tipo de conductas se deben también a un cúmulo de tensiones personales por parte de los padres, que finalmente paga el más débil. Y en otros muchos, por simple comodidad, ya que supone menor esfuerzo conseguir la obediencia a base de atemorizar que invertir nuestro escaso tiempo en cultivar la comprensión, el diálogo, la paciencia y la tolerancia. Pero, para conseguir que un niño sea obediente o que llegue a ser alguien competente en un futuro, no es necesario que sea a costa de un presente amargo, cargado de humillaciones y tensiones. Afortunadamente, existen otras alternativas para conseguir que sea responsable y respetuoso sin hacerle sentir mal.
¿Excepción o regla?
No es raro haber utilizado en alguna ocasión alguna frase en tono elevado para corregir el comportamiento de un hijo y conseguir el efecto que se pretendía. Es posible que, si funcionó en un momento dado, se vuelva a utilizar ante la falta de otros recursos. Y, así, la excepción termina convirtiéndose en la regla, porque el niño se acostumbra a las reprobaciones y para obtener los mismos resultados el adulto ha de utilizar las descalificaciones cada vez más a menudo y de forma más ofensiva.Es básico tener autoridad a la hora de educar al niño y fijar de forma clara los límites y los objetivos, pero no hay que confundirlo con el autoritarismo y mucho menos justificarlo con comentarios del tipo: «¡Lo hago por su bien! ¡Aunque ahora lo pase mal, algún día me lo agradecerá!».
Entender la situación
Muchos padres creen que su hijo se porta mal intencionadamente, para molestarlos, y eso los suele crispar. Sin embargo, el niño puede estar pasando un momento difícil o encontrarse en una etapa evolutiva determinada y su incipiente lenguaje no le permite todavía expresar sus deseos, temores, sufrimientos o rabias.Hay que analizar el porqué de su comportamiento. Un niño que empieza a andar lo tocará todo, pues está explorando. A los 3 años se escapará con facilidad porque está descubriendo el mundo. Si le están acosando, quizás se defienda. Y, si lloriquea durante toda la tarde, a lo peor está enfermo… Una acción puede tener distintas lecturas, así que, antes de empezar a regañar, hay que valorar la situación.
Posibles consecuencias
Perder los estribos con gritos o castigos funciona en el sentido que detiene la conducta problemática inmediatamente, pero a la larga este abuso de la fuerza conlleva un sufrimiento del niño y un deterioro de su autoestima, ya que no se siente valorado ni querido por sus padres y le impide establecer una relación cálida y afectiva con ellos. Por el contrario, puede convertirse en un eterno rebelde que desafía continuamente a la autoridad y al que se le va a ir incrementando la frecuencia y la intensidad de los insultos, las amenazas o los castigos, llegando incluso a los malos tratos psíquicos y físicos, extremo que hay que evitar a toda costa.Asimismo puede llegar a ser una persona prepotente, en compensación a la falta de elogios, incapaz de simpatizar con los sentimientos de los demás.Y además le puede provocar sentimientos de revancha y rebeldía e inducir a la agresividad, ya que está sufriendo en sus propias carnes un modelo inadecuado que le parece injusto, lo que aumenta la probabilidad de que él lo aplique a su vez con los más débiles, bien a corto plazo con hermanos y compañeros o a largo plazo con niños, pareja o subordinados en el trabajo, por ejemplo.
Modificar las malas conductas
Ante una conducta desafiante de un hijo, los padres le «recuerdan» lo que debe hacer, pero éste hace caso omiso. A continuación le razonan y sermonean, pero sin éxito. Cuanto más se lo repiten, más se enfada y una vez más la historia acaba en gritos, amenazas y castigos que suelen ser desproporcionados y que nada consiguen mejorar, porque, aunque la mala conducta cesa momentáneamente, no le enseñan ningún modelo positivo. Sólo aprende que ante cierta conducta le castigan y que la siguiente vez debe procurar realizar la «fechoría» sin que le pillen.La relación entre padres e hijos es un tira y afloja en el que unos luchan por mantener el poder y otros por conquistarlo. Establecer límites y normas desde que son pequeños es la clave para conseguir conductas adecuadas. Tan dañino es el exceso de permisividad y sobreprotección como la aplicación continua de sanciones.A la larga da mejores resultados recompensar las buenas conductas e intentar buscar alternativas a los actos menos adecuados. Para ello, hay que explicarles con claridad lo que se espera de ellos, enseñarles cómo lo deben hacer, darles el tiempo necesario para ejercitarlo, valorar sus esfuerzos y aplaudir cada uno de sus pequeños logros con elogios, atención, afecto y compañía. Solo así conseguirán alcanzar la madurez y ser responsables.
Además de los gritos hay que evitar:
* Ceder después de decir no.* Entrar en contradicción el padre y la madre.* No escucharlos.* Exigir la perfección y éxitos inmediatos, sin proporcionarles un tiempo de aprendizaje.* No cumplir las promesas y los castigos.* Amenazar y chantajear.* Utilizar etiquetas con adjetivos «descalificativos».* Generalizar con expresiones como «siempre» y «nunca».* Sacar los trapos sucios en vez de centrarse en la situación actual.
Sugerencias útiles para evitar disgustos:
* Al comenzar la jornada tomarse el tiempo necesario para evitar las prisas. * Establecer rutinas diarias que permitan fomentar hábitos básicos: aseo, orden, respeto, responsabilidad, etc.* Dejar claras las reglas importantes y no enfrascarse en disputas que no valen la pena. «¡Hay que abrigarse! Da igual que elija el jersey rojo o el verde».* A la hora de poner límites, hay que centrarse más en lo que el niño puede hacer que en la prohibición.* El juego del niño es importante para él, por lo que hay que darle indicaciones que le permitan terminar lo que está haciendo. «Por favor, ve terminando y ordenando las cosas, que vamos a salir en 10 minutos». * Tratarle y pedirle las cosas con respeto, tienen sentimientos igual que nosotros.* Evitar hacer comparaciones entre hermanos o conocidos. Cada niño es único y tiene sus propias cualidades y deficiencias. Hay que ayudarlo a que se compare consigo mismo y se dé cuenta de su propio progreso.* Ayudarlo a tomar decisiones. En vez de darle continuamente órdenes, proponerle algunas opciones entre las cuales pueda elegir.* Predicar con el ejemplo, de forma que las palabras y los hechos tengan coherencia.* No criticar a la autoridad: pareja, profesores, abuelos, Gobierno, etc. Cada vez que uno lo hace, descalifica a la autoridad en general.* Construir sobre los aciertos del niño y no criticar sus debilidades, de forma que encuentre sentido al esfuerzo.* Dejar hacer al niño lo que esté en su mano. Todo lo que hagamos por él no lo volverá a intentar y, por lo tanto, tampoco lo aprenderá.* Confiar en él.* Reconocer los propios errores y admitir otros puntos de vista.Virginia González. Psicóloga.

En este artículo:
Para conseguir que un niño sea obediente o que llegue a ser alguien competente en un futuro, no es necesario que sea a costa de un presente amargo, cargado de humillaciones y tensiones.
Perder los estribos con gritos o castigos funciona en el sentido que detiene la conducta problemática inmediatamente, pero a la larga este abuso de la fuerza conlleva un sufrimiento del niño y un deterioro de su autoestima.
Establecer límites y normas desde que son pequeños es la clave para conseguir conductas adecuadas.
A la larga da mejores resultados recompensar las buenas conductas e intentar buscar alternativas a los actos menos adecuados.

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